
No Mires Arriba
La película No mires arriba (2021), dirigida por Adam McKay, ha sido leída por muchos como una sátira política, un grito ecológico o una
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Miguel Rico
10/27/20254 min read
La alienación de la burla como mecanismo de defensa
Cuando el cometa es anunciado, la noticia debería bastar para provocar un estremecimiento colectivo. Sin embargo, lo que vemos en la pantalla es una sociedad que convierte la tragedia en espectáculo. Las redes sociales se llenan de memes, las entrevistas televisivas prefieren los chismes livianos a los datos científicos y la población, en lugar de informarse, elige reír. La burla se convierte en anestesia. Lo que debería ser un llamado a la acción se diluye en el ruido digital. Así, el cometa ya no es un hecho, sino una tendencia, un hashtag que compite con la moda pasajera del momento.
La indiferencia de la apariencia
La película retrata con crudeza cómo las apariencias dictan la recepción del mensaje. Leonardo DiCaprio encarna a Randall Mindy, un científico nervioso, con barba desordenada y un discurso atropellado. Su imagen no vende; no “entra en cámara” con el glamour que exige la televisión. Solo cuando es maquillado, estilizado y convertido en un “galán científico”, los medios lo adoptan como figura atractiva, más interesado el público en su aspecto que en las palabras que pronuncia. Esto revela una verdad incómoda: la apariencia pesa más que la verdad. La gente prefiere creer en lo que resulta cómodo de mirar, aunque implique ignorar lo que podría destruirlos.
La negación como zona de confort
Aceptar que el mundo terminará en seis meses exige una transformación radical de la vida cotidiana. Implicaría renunciar a la normalidad, a los rituales de consumo, al falso orden de la rutina. Por eso, el grueso de la población prefiere negar. La negación no es ignorancia, sino un acto deliberado de comodidad. Se vive mejor en la ficción de que nada ocurre, porque el miedo a lo desconocido resulta insoportable. Negar la catástrofe se convierte en una estrategia de supervivencia psicológica, aunque acelere el desastre real.
La arrogancia de creer que todo puede cambiarse “por ser nosotros”
La parte más corrosiva de la sátira llega con la industria tecnológica y política que decide explotar el cometa como un recurso económico. No importa que sea un proyectil asesino: es, ante todo, una mina de minerales que puede ser fragmentada y utilizada “en beneficio de la humanidad”. Este delirio refleja la arrogancia humana contemporánea: creer que “porque somos nosotros”, todo está bajo control, todo puede ser negociado, monetizado o corregido a última hora. Se olvida que la naturaleza, el cosmos y el tiempo no negocian con el ego humano.
El reflejo incómodo
No mires arriba no es, en última instancia, una película sobre un cometa. Es un espejo roto que nos devuelve la imagen de una sociedad anestesiada, alienada y superficial. Nos muestra cómo preferimos los filtros, los likes y las apariencias antes que el peso insoportable de la verdad. La sátira no es exageración: es un retrato de lo que ya somos. La pregunta no es si veríamos memes del fin del mundo, sino cuántos compartiríamos antes de mirar al cielo.
Anexo: El cometa ya cayó, pero seguimos sin mirar
El verdadero valor de No mires arriba radica en que no habla del futuro, sino del presente. El cometa es metáfora de crisis que ya conocemos y que han revelado el mismo patrón de superficialidad, burla y negación.
La crisis climática. A pesar de los datos científicos claros sobre el calentamiento global, las emisiones siguen aumentando. Mientras tanto, millones prefieren consumir videos “virales” de incendios o inundaciones antes que actuar. El colapso climático se convierte en espectáculo, no en urgencia.
La pandemia de COVID-19. En lugar de un frente común, vimos cómo la desinformación, las teorías conspirativas y la burla llenaban las redes. Las mascarillas se convirtieron en símbolo de división política más que en herramienta sanitaria. Negar el virus fue para muchos más cómodo que aceptar el miedo.
Las guerras contemporáneas. Los conflictos en Ucrania, Gaza y otras regiones se consumen en forma de clips, memes o transmisiones “en vivo”. La tragedia ajena se vuelve entretenimiento que se comparte en plataformas sociales, mientras la empatía se disuelve entre scrolls infinitos.
El consumismo tecnológico. Grandes empresas presentan nuevos dispositivos con discursos de “salvar al planeta”, mientras los recursos se extraen de forma devastadora. Es el mismo discurso del cometa explotado por sus minerales: disfrazar la avaricia con la retórica del progreso.
La cultura de la inmediatez. Los algoritmos premian lo ligero, lo gracioso, lo viral. La atención al detalle, al conocimiento profundo o a la verdad incómoda es penalizada. Así, vivimos atrapados en la inercia del “entretenimiento”, incluso cuando lo que se juega es nuestra supervivencia.
Epílogo: El cometa somos nosotros
El mayor acierto de la película es mostrarnos que el peligro no es solo el impacto externo, sino la indiferencia interna. No se trata de si un cometa caerá o no, sino de si, como humanidad, seremos capaces de mirar hacia arriba antes de que sea demasiado tarde.
No Mires Arriba: El Espejo Roto de Nuestra Superficialidad
La película No mires arriba (2021), dirigida por Adam McKay, ha sido leída por muchos como una sátira política, un grito ecológico o una fábula sobre la inminencia de un colapso global. Pero más allá de los cometas, los científicos y los presidentes caricaturizados, existe un trasfondo aún más inquietante: la superficialidad de la gente común, la masa que se refugia en las tendencias, la burla y la indiferencia, antes que enfrentarse a lo que realmente amenaza su existencia.




